domingo, 3 de enero de 2010


La necesidad de la caballería

C. S. Lewis


Del libro “Present Concerns” (Harcourt Brace & Company, 1986)

(Este artículo ha sido extraído del sitio “Nova Militiae”, con agregados del sitio “The Windows in the garden Bolg- A C. S. Lewis blog”)


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La palabra caballería (chivalry) ha significado muchas cosas distintas en diferentes épocas, desde caballería (cavalry) pesada hasta cederle el asiento a una mujer en el tren. Pero si vamos a entender a la caballería como un ideal distinto de otros ideales, si queremos aislar esa concepción particular del hombre “como debe ser” que fue la especial contribución de la Edad Media a nuestra cultura, lo mejor que podemos hacer es volvernos a las palabras que le fueron dirigidas al más grande de todos los caballeros imaginarios en “La Muerte del Rey Arturo” de Mallory: “Habéis sido el más manso de los hombres –dijo Sir Ector al fallecido Lancelot- que haya comido en un salón, entre las damas, y habéis sido el caballero más severo para vuestro enemigo mortal que jamás haya puesto la lanza en ristre”.

Lo más importante de este ideal es, por supuesto, la doble exigencia que plantea a la naturaleza humana. El caballero es un hombre de sangre y hierro, un hombre familiarizado con la visión de rostros destrozados y muñones desgarrados de miembros mutilados; también es un invitado recatado en un salón, casi como una doncella, un hombre modesto, gentil y discreto. Tal hombre no es un término medio entre mansedumbre y ferocidad; él es feroz en extremo y es manso en extremo. Cuando Lancelot escuchó que se lo declaraba el mejor caballero del mundo, “lloró, como si fuera un niño que acaba de ser castigado”.

Se podrá preguntar cuál es la relevancia de este ideal en el mundo moderno. Es terriblemente relevante. Puede que sea practicable o que no lo sea –la Edad Media falló notoriamente en obedecerlo- pero ciertamente es práctico, tan práctico como el hecho de que en un desierto, los hombres deben hallar agua o morir... Heroísmo bruto sin misericordia ni gentileza es heroísmo según la naturaleza, heroísmo ajeno a la tradición caballeresca.

El caballero medieval reunió dos cosas que no poseen una tendencia natural de gravitar una hacia la otra. Las reunió por esa misma razón. Esto le enseñó humildad y autodominio al gran guerrero porque cualquiera sabía por experiencia lo mucho que este necesitaba esta lección. Le enseñó valor al hombre urbano y modesto porque cualquiera sabía que este tenía buenas probabilidades de ser un afeminado.

Al hacer esto, la Edad Media dejó establecida la única esperanza del mundo. Podrá ser posible o no producir por miles a hombres que combinen los dos lados del carácter de Lancelot. Pero si no es posible, entonces todo lo que se diga acerca de felicidad o dignidad duraderas en la sociedad humana es pura tontería.

Si no podemos producir Lancelots, los seres humanos estarán divididos en dos partes: aquellos que pueden vérselas con la sangre y el acero pero que no pueden ser “mansos en el salón”, y aquellos que son mansos en el salón, pero inútiles para la batalla; la tercera parte posible, aquellos que son brutales en la paz y cobardes en la guerra, no necesitamos discutirla aquí. Cuando se produce esta disociación de las dos mitades de Lancelot, la historia se vuelve un asunto horriblemente simple. La historia antigua del Cercano Oriente ha sido algo así. Duros bárbaros descienden en enjambre desde sus montañas y arrasan una civilización. A su tiempo se civilizan y se ablandan. Entonces baja una nueva oleada de bárbaros y los arrasa. El hombre que combina ambos caracteres –el caballero- no es una obra de la naturaleza, sino una obra de arte, un arte que tiene en los seres humanos, y no en el lienzo o el mármol, a su material de trabajo.

En nuestro mundo actual existe una tradición “liberal” o “iluminada” que considera el aspecto combativo de la naturaleza del hombre como pura maldad atávica y califica al sentimiento caballeresco como parte del “falso encanto” de la guerra. Y existe también una tradición neo - heroica que califica al sentimiento caballeresco como débil sentimentalismo, que haría alzarse de su tumba (de su tumba inquieta y superficial!) la ferocidad pre – cristiana de Aquiles, por una moderna invocación.

Sin embargo aún hay vida en esa tradición inaugurada por la Edad Media. Pero el mantenimiento de esa vida depende, en parte, del conocimiento de que el carácter caballeresco es arte y no naturaleza, algo que debe ser alcanzado, no algo que podemos esperar que suceda. Y este conocimiento es especialmente necesario a medida que nos volvemos más democráticos. En centurias pasadas, los vestigios de la caballería fueron mantenidos con vida por una clase especializada, desde la que se difundía a las otras clases en parte por imitación y en parte por coerción. Ahora, parece, la gente debe o bien ser caballerosa por sus propios medios o elegir entre las restantes alternativas de brutalidad y suavidad… El ideal encarnado en Lancelot es “escapismo” en un sentido jamás soñado por quienes han usado alguna vez esa palabra; ofrece el único escape posible de un mundo dividido entre lobos que no entienden y ovejas incapaces de defender aquellas cosas que hacen a la vida deseable.



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