viernes, 25 de septiembre de 2009



Dice Maurice Keen, en la obra ya citada: "Se conserva un número muy considerable de tratados sobre la caballería [generados en la Edad Media], en concreto para instrucción del caballero, escritos muchos de ellos en lengua vulgar [no en latín] y que tanto los profanos como los caballeros podían entender." Una de esas obras es "...el Libre de l'orde de Cavalleria, del gran místico mallorquí Ramón Llull, ..." Continúa, un poco más adelante, "El Libre de l'orde de Cavalleria [Libro de la Orden da Caballería] tuvo un éxito enorme. Fue traducido al francés y al castellano, al escocés medio por Sir Gilbert de la Haye y al inglés por Caxton. A principos del siglo XVI fueron publicadas tres ediciones de la versión francesa. En efecto, la obra de Llull se convirtió en el relato clásico de la caballería, excepto en Alemania; y por este motivo deberíamos prestar atención a las características más destacables de la imagen que ofrece de esta orden [la caballería]."


Veamos entonces qué dice Llull sobre la caballería en las primeras páginas de su libro:



Faltó en el mundo caridad, lealtad, justicia y verdad; comenzó enemistad, deslealtad, injuria y falsedad…

Al comenzar en el mundo el menosprecio de la justicia por disminución de la caridad, convino que justicia recobrase su honra por medio del temor; ...

…convino que el caballero, por nobleza de corazón y de buenas costumbres, y por el honor tan alto y tan grande que se le dispensó escogiéndolo y dándole caballo y armas, fuese amado y temido por las gentes, y que por el amor volviesen caridad y cortesía, y por el temor volviesen verdad y justicia.

…los caballeros, manteniendo la orden de caballería con la nobleza de su corazón y la fuerza de sus armas, tienen la orden en que están para inclinar a las gentes a temor, por el cual temen los hombres delinquir los unos contra los otros.

El oficio de caballero es el fin y la intención por los que comenzó la orden de caballería. De donde, si el caballero no cumple con el oficio de la caballería, es contrario a su orden y a los principios de la caballería arriba citados; por cuya contrariedad no es verdadero caballero, aunque sea llamado caballero; ...

Oficio de caballero es defender y mantener la santa fe católica,… así como Nuestro Señor Dios a elegido a los clérigos para mantener la santa fe con escrituras y probaciones necesarias, predicando aquella a los infieles con tanta caridad que desean morir por ella, así el Dios de la gloria ha elegido a los caballeros para que por fuerza de armas venzan y sometan a los infieles, que cada día se afanan en la destrucción de la santa Iglesia.

Oficio de caballero es defender y mantener a su señor terrenal, pues ni rey, ni príncipe, ni ningún alto barón podría sin ayuda mantener la justicia entre sus gentes.

Por los caballeros debe ser mantenida la justicia, pues así como los jueces tienen oficio de juzgar, así los caballeros tienen oficio de mantener la justicia.

Oficio de caballero es mantener la tierra, pues por el miedo que tienen las gentes a los caballeros dudan en destruir las tierras, y por temor de los caballeros dudan los príncipes en ir los unos contra los otros.

Oficio de caballero es mantener viudas, huérfanos, hombre desvalidos; pues así como es costumbre y razón que los mayores ayuden y defiendan a los menores, así es costumbre de la orden de caballería que, por ser grande y honrada y poderosa, acuda en ayuda de aquellos que le son inferiores en honra y en fuerza.



Traidores, ladrones, salteadores, deben ser perseguidos por los caballeros; pues así como el hacha se ha hecho para destruir los árboles, así el caballero tiene su oficio para destruir a los hombres malos.

…así como en los primeros tiempos, es ahora oficio de caballero pacificar a los hombres por la fuerza de las armas; …


Libro de la Orden de Caballería - Ramón Llull


Alianza Editorial - Madrid, 2000

sábado, 19 de septiembre de 2009

Maurice Keen, historiador británico, fellow and tutor in history en el Balliol College de Oxford, publicó en 1984 una obra que ya es un clásico sobre el tema que aquí tratamos y que se titula, precisamente “La caballería”. En la Introducción de dicha obra se ocupa de la definición del término.

Caballería es una palabra (...) difícil de definir. El significado de la palabra "caballero" se puede determinar dentro de unos límites muy precisos. Corresponde al chevalier francés, que designa a un hombre de la aristocracia y probablemente de noble linaje, que, si es requerido, tiene la posibilidad de proveerse de un corcel y de armas para combatir a caballo y que mediante un cierto ritual se ha convertido en lo que es, es decir, que se le ha armado caballero.
Pero "caballería", la abstracción de chevalier, no es tan fácil de precisar. En la Edad Media diversos autores emplearon esta palabra con distintos significados y matices y en contextos muy variados. En algunas ocasiones, en especial en los primeros documentos en que aparece, significa solamente un cuerpo de caballeros armados, una colectividad de chevaliers. Algunas veces se habla de la caballería como de una orden comparable a una orden religiosa; otras veces como de una clase social: la clase guerrera, cuya función bélica, de acuerdo con los escritores medievales, era defender a la patria y a la Iglesia. No raramente encierra esta palabra un código de valores apropiado para este orden o clase. La caballería no puede separarse del mundo de la guerra, del guerrero a caballo, ni tampoco de la aristocracia, porque los caballeros, por lo general, eran hombres de alto linaje; y desde mediados del siglo XII este término hace alusión a nociones éticas o religiosas, aunque sigue siendo una palabra difícil de definir, imprecisa en sus implicaciones (...)


La caballería, Maurice Keen - Ariel, Barcelona, 1986




viernes, 18 de septiembre de 2009


Para aclarar un poco los conceptos sería bueno saber de qué hablamos cuando hablamos de caballería y caballeros. A continuación algunas definiciones, comenzando por las que ofrece el Diccionario de la Real Academia Española (sólo reproduzco las acepciones que me parecen más relacionadas con el tema).


-Caballero: que cabalga o va a caballo. / … 4. Hidalgo de calificada nobleza. /… 5. Que pertenece a una orden de caballería./ 6. El que se porta con nobleza y generosidad. /

-Caballería: …2. cuerpo de soldados montados y del personal y material de guerra complementarios que forman parte de un ejército. /… 9. Conjunto, concurso o multitud de caballeros. /… 17. Arte y destreza de manejar el caballo, jugar las armas y hacer otros ejercicios de caballero. / 18. Generosidad y nobleza de ánimo propias del caballero.(En total 20 acepciones)


Diccionario de la RAE, 21ra edición, 1992



Y terminamos con un par más:


Caballería: sistema de ideales éticos que surgió del feudalismo y alcanzó su máximo desarrollo en los siglos 12 y 13 (…) La ética caballeresca (…) representa una fusión de conceptos de moralidad cristiana y militares que todavía forman la base de la conducta caballerosa. (…) Las virtudes caballerescas principales eran piedad, honor, valor, cortesía, castidad y lealtad. La lealtad del caballero era debida a su señor espiritual, Dios; a su señor temporal, el soberano o señor feudal; y a la dueña de su corazón, su único amor. (…)En la práctica, la conducta caballeresca nunca estuvo libre de corrupción, lo cual fue cada vez más evidente en la baja Edad Media. El amor cortés con frecuencia degeneraba en promiscuidad y adulterio y la militancia piadosa en bárbaras guerras. Más aún, los deberes caballerescos no obligaban con respecto de aquellos ajenos a los lazos de la obligación feudal.



“The Columbia Encyclopedia”, Sexta Edición, 2008



El término caballería se refiere a la institución medieval conocida por ese nombre. Está usualmente asociado con los ideales de virtudes caballerescas, honor y amor cortés. Hoy, los términos caballería y caballeresco se usan para describir un comportamiento cortés, especialmente de los hombres hacia las mujeres (…) El vocablo se originó en Francia a fines del siglo X (…) Los caballeros tenían entrenamiento militar y poseían caballo de guerra y equipamiento militar cuya adquisición demandaba una considerable cantidad de riqueza (...) Entre los siglos XI y XV los autores medievales usaban la palabra caballería con frecuencia, pero sin consistencia entre ellos en cuanto a su definición, y su significado cambiaba según las regiones y a lo largo del tiempo. Sus significados modernos, además, difieren de los que tenía en tiempos medievales. Así, el significado de la palabra caballería cambia de acuerdo al autor, el período y la región, de modo que la completa definición del término es esquiva.


Wikipedia

domingo, 6 de septiembre de 2009

A continuación, un extracto de la obra "Guillermo el Mariscal" de Georges Duby, en la que se ocupa de este famoso personaje medieval, absolutamente histórico, y sin embargo, legendario, ejemplo y espejo de caballeros durante mucho tiempo. En este fragmento, Duby nos instruye sobre esa ética de los caballeros, en la que la valentía y otros valores ocupaban un lugar predominante.




Al rondar los treinta se sintió [Guillermo] plenamente dueño de si mismo por primera vez (…) ¿Cómo iba a comportarse? (…)
Su función, su deber hacia sí mismo, hacia el señor a quien servía y hacia todos los hombres de la “familia” consistía (…) en “conquistar el premio” –entendamos, la fama del valor- y el honor. Aumentar ese honor, o en todo caso no ahorrar nada para impedir que ese honor se debilitara, para evitar ser avergonzado. La vergüenza, los hombres de este medio temían en primer lugar que les viniera por los desbordamientos de las mujeres, las de su próxima parentela y de la suya, sobre todo, de su esposa. (…)
(…) el Mariscal y sus camaradas eran solteros. Corrían menos riesgos. Todo su ardor se volcaba en cumplir lo mejor posible las obligaciones de la caballería, en respetar las reglas de una moral inculcada durante la adolescencia y que mantenían presente en su espíritu todos los relatos y todas las canciones que escuchaban. Las obligaciones principales de esta ética eran de tres clases.
La fidelidad, en primer lugar. Cumplir la palabra, no traicionar la fe jurada. Esta exigencia se encontraba dosificada en función de un encuadramiento estrictamente jerarquizado. El caballero se situaba en el centro de varios conjuntos encajados, cuya cohesión era mantenida por su lealtad. Debía ser leal a los constituyentes de todos estos conjuntos. Pero, ante las demandas contradictorias, tenía que ser fiel en primer lugar a sus más próximos, y primero a aquel que era la cabeza del cuerpo inicial; los amigos más lejanos aparecen después, la fe que se les debe era dúctil, se doblegaba, pero sin por ello romperse, ante las más firmes. Si era para servir al jefe de la casa, el señor directo, faltar a las otras amistades no era una falta.
El segundo deber de los hombres de guerra era actuar como hombres de “pro”: la proeza –combatir e intentar vencer pero conforme a ciertas leyes-. El caballero no lucha con los villanos. En 1197, en un momento de la dura guerra que mantenían los anglo – normandos contra el rey de Francia, Guillermo se lo indicó un día al conde Balduino de Flandes. Seguido por la tropa de sus comunes, este proponía formar como un cercado, unas “lizas”, con los carros de los hombres del común. Los caballeros esperarían allí, al abrigo, el asalto de los adversarios. El Mariscal se enfrentó a esta propuesta: que, al contrario, se dispongan los carros ante la plaza sitiada a fin de impedir a los peones de enfrente que intervengan; los villanos frente a los villanos. Pero para los hombres cuya función y cuyo honor está en manejar las armas, ninguna fortaleza. Se enfrentarán al adversario sin “raposear” (preocupados de no comportarse como “raposos”, como zorros, sino como leones), en pleno campo, prohibiéndose toda emboscada, alineados en batalla, al descubierto. El valiente no busca otra protección que la destreza de su caballo de batalla, la calidad de su armadura y la devoción de los camaradas de su rango cuya amistad le flanquea. El honor le obliga a parecer intrépido, hasta la locura. Por esta temeridad le reprendieron fraternalmente los compañeros de Guillermo ante los muros de Montmirail, durante las guerras del Maine: abusaba de ella. Por encima del foso horadado en la roca, defendiendo el refugio que había que forzar, se había tendido un solo puente de doble vertiente, estrecho, sin barandillas. En la cima estaban diez enemigos, entre ellos un jinete, armados con chuzos. El Mariscal lanzó al galope su a montura contra el obstáculo y chocó contra él, por sí mismo el caballo dio la media vuelta; si se hubiese desviado dos dedos, aquel que llevaba encima se habría precipitado en el abismo. De tal imprudencia el Mariscal se vanagloriaba más tarde. Cuando enseñaba a Enrique el Joven, lo impulsaba a conducirse de modo semejante, sin mirar el peligro, presto a lanzarse él mismo en auxilio de su pupilo para sacarlo de un paso demasiado malo, apropiándose entonces de la gloria.

(…) la tercera de las virtudes necesarias: la liberalidad. Esta es la que verdaderamente hace al gentilhombre, la que establece la distinción social. La biografía [de Guillermo el Mariscal] lo dice claramente: “gentileza (es decir nobleza) se alimenta en la morada de la largueza”. El caballero no debe guardar nada en sus manos. Todo lo que le llega, lo da. De su generosidad extrae su fuerza, y lo esencial de su poder; en cualquier caso, toda su fama y la cálida amistad que lo rodea. El único elogio que al Mariscal le gustaba oír de su padre era que había repartido con abundancia las riquezas, y era sin duda, en primer lugar, por su liberalidad, por no saber retener nada, por el derroche del que era la fuente desbordante, distribuyendo todo su haber para regocijar a aquellos que amaba, como el héroe de la canción quería verse admirado a sí mismo.
Pero es en este núcleo de sus armazones donde se ve a la moral caballeresca chocar contra la realidad. Se había originado en un tiempo en que las piezas de plata circulaban poco, en que el don y el contradon arrastraban casi todo lo que, en el movimiento de la riqueza, no procedía de la herencia. Pero, durante el brusco crecimiento del último cuarto del siglo XII, la invasión de la moneda vino a removerlo todo. Resulta evidente a los menos perspicaces que los jefes de los Estados renacientes “ungen las palabras”, llevan su juego tanto mediante el dinero como por las armas; gracias al dinero el rey Enrique II pudo separar a los barones de Francia de su heredero rebelde, y gracias al dinero Felipe Augusto ganó más tarde el apoyo de la curia pontificia. Este poder nuevo de los dineros desmoraliza. En efecto, la moneda, lo mismo que parapetarse detrás de las empalizadas, es un asunto de villanos, despreciable. Los villanos, los burgueses, no la dan; la aman demasiado; la acumulan; la hacen fructificar, la prestan con usura. (…) En tanto que el caballero, según la moral de su estado, no la toca sino con repugnancia y para dispersarla inmediatamente en la fiesta. Pero el caballero está obligado a servirse de ella para los asuntos serios, y cada vez más. Todo cuesta. Es el caso del equipamiento indispensable para las gentes de guerra, y que se gasta rápidamente; sobre todo los buenos caballos de los que depende la proeza y que se revientan bajo sus jinetes. Cada escuadrón de caballeros andantes está, en consecuencia, envuelto por una nube de traficantes afanosos que lo siguen, que lo preceden, lo esperan, se unen a él en los descansos, se aglomeran desde el momento en que una gran acción está a la vista. Abren sus fardos, sacan las muestras, tientan. Consiguen todo, pero piden el precio. Nadie puede perseguir la gloria y el honor sin lanzar al voleo los dineros, y no sólo por su único placer.



GUILLERMO EL MARISCAL
Georges Duby
Alianza Editorial
Madrid, 1997

miércoles, 2 de septiembre de 2009


A continuación, el texto de una bella canción llamada "When a knight won his spurs". Es un himno cuya autoría se debe a la escritora británica Jan Struther, quien le puso letra a una vieja tonada tradicional inglesa. Fue escrito pensando en los jóvenes y está asociado a la fiesta tradicional de San Jorge. Adjunto también mi traducción (tosca y nada poética) de esta bonita pieza.



When A Knight Won His Spurs

When a knight won his spurs in the stories of old
He was gentle and brave he was gallant and bold
With a shield on his arm and a lance in his hand
For God and for valour he rode through the land

No charger have I and no sword by my side
Yet still to adventure and battle I ride
Though back into storyland giants have fled
And the knights are no more and the dragons are dead

So let faith be my shield and let hope be my steed
Against the dragons of anger the ogres of greed
And let me set free with the sword of my youth
From the castle of darkness the power of the truth



Cuando un caballero ganaba sus espuelas

Cuando un caballero ganaba sus espuelas, en las historias de antaño,
Era bravo y gentil, era galante y audaz
Con el escudo en su brazo y la lanza en su mano
Por Dios y por el valor cabalgaba por las tierras.

Yo no tengo corcel y no ciño una espada
Y aún así a la aventura y a la batalla cabalgo
Aunque allá en la tierra de las leyendas los gigantes huyeron
Y los caballeros ya no están y los dragones murieron.

Sea pues mi escudo la fe y la esperanza mi caballo
Contra los dragones de la ira y los ogros de la codicia
Y que pueda liberar con la espada de mi juventud
Del castillo de la oscuridad el poder de la verdad.

♦ ♦ ♦

En el siguiente enlace puede verse un video del coro infantil "Libera" entonando este hermoso tema:

http://www.youtube.com/watch?v=MWk6L9T5-es

domingo, 30 de agosto de 2009

Notable hecho de armas en Noyon


Froissart nos cuenta otro interesante episodio de la Guerra de los Cien Años.


En el transcurso de una expedición liderada por Sir Robert Knolles el ejército inglés se acerca a Noyon, pero descubre que es demasiado fuerte como para atacarla.

Hubo un caballero escocés en el ejército de los ingleses, que llevó a cabo un muy galante hecho de armas. Abandonó a sus tropas, montado en su corcel, con su lanza en ristre y seguido sólo por su paje; picó espuelas y en seguida estuvo sobre la colina y junto a la empalizada defensiva [de la ciudad]. El nombre de este caballero era Sir John Assueton, un hombre muy valiente y hábil, en perfecto dominio de su profesión.

Al llegar a las defensas de Noyon desmontó, y entregando su caballo a su paje, le dijo, “No te muevas de este lugar”. Entonces, tomando su lanza, avanzó hacia la barrera y saltó sobre ella.
Había en el interior algunos buenos caballeros de ese país, como sir John de Roye, sir Lancelot de Lorris, y otros diez o doce, que estaban atónitos por esta acción y se preguntaban qué ocurriría a continuación; no obstante ello, lo recibieron bien. El caballero escocés, dirigiéndose a ellos, les dijo; “Caballeros, he venido a visitaros: puesto que no os dignáis a salir de detrás de vuestras barricadas, he decidido venir yo. Deseo probar mi caballería contra la vuestra, así que vencedme si podéis.”

Luego de esto, muchos buenos golpes dio él con su lanza, que los otros devolvieron galantemente. Hirió a uno o dos de aquellos caballeros, y tenían todos tanto placer en este combate que frecuentemente su olvidaban de si mismos. Los habitantes de la ciudad observaban maravillados por encima de las puertas y desde arriba de los muros. Podrían haberle hecho mucho daño con sus flechas si hubiesen querido, pero los caballeros franceses lo habían prohibido.

En medio de este lance, el paje se acercó a la empalizada, montado en el corcel, y hablando en alta voz, dijo al caballero en su propio lenguaje, “Mi señor, será mejor que volváis, ya es tiempo y el ejército se ha puesto en marcha”. Sir John, habiéndolo escuchado, se dispuso a seguir su consejo; así que, luego de descargar dos o tres golpes más para abrirse camino, y sosteniendo firmemente su lanza, saltó sobre las barreras sin sufrir el menor daño y, armado como estaba, subió de un salto al caballo, detrás del paje. Cuando hubo así montado, dijo a los franceses, “
Adieu, caballeros, muchas gracias a todos”, y espoleando su cabalgadura, pronto se reunió con sus compañeros. Este hecho galante de sir John Assueton fue altamente elogiado por toda clase de personas.



Crónicas de Froissart
Libro I, cap. 285


Editadas por Steve Muhlberger, Nipissing Universtity


jueves, 27 de agosto de 2009

En esta breve crónica de un hecho de armas de los tantos que tuvieron lugar en la llamada "Guerra de los Cien Años" entre los reyes de Francia e Inglaterra, no sólo podemos observar las características que adoptaban los enfrentamientos armados en aquellos días, el uso del arco, las tácticas, el rol de los combatientes montados, sino también un atisbo de esa ética tan especial que parece ir unida a la idea de caballería: sir Godfrey de Harcourt, informado por sus exploradores de la posición del enemigo y de su número (importante, para los usos de aquel tiempo), pasa por alto este último dato y declara que, puesto que su adversario ha venido y está avanzando hacia él, lo atacará sin importar qué tan numeroso sea. Luego, se lanza a la batalla y la libra del mejor modo posible, avanzando y retrocediendo, maniobrando y conduciendo a sus hombres con habilidad, no de una manera ciega o impulsiva. La decisión de librar el combate sin que importe la envergadura del oponente, lejos de ser causada por la ineptitud para el comando, sólo expresa, al parecer, la convicción de sir Godfrey de que debe pelear "porque corresponde", no porque el cálculo le indica que puede vencer. Asimismo, una vez derrotado su ejército y con la perspectiva segura de una inminente captura, afirma que prefiere morir antes que ser un prisionero vencido y, rodeado de enemigos, se afirma sobre el suelo y blandiendo el hacha, lucha hasta ser muerto. Luchar porque es lo correcto, no huir ante el enemigo, y preferir la muerte con honor antes que la vida con la derrota, nos muestran que, ciertamente, cuando hablamos de un caballero (de uno auténtico), no estamos hablando de un simple matador profesional. Sin duda hay algo más

miércoles, 26 de agosto de 2009



El que sigue es un relato de la batalla de Coutantin, que podemos encontrar en las Crónicas del autor medieval Froissart:




Luego de la batalla de Poitiers, y la captura del rey Juan de Francia, hubo confusión política en Francia, muy explotada por los ingleses y los seguidores del rey de Navarra, aliado de los ingleses. Un comandante anglo-navarro, Godfrey de Harcourt, causó tantos problemas en Normandía que una reunión de los tres Estados franceses –lo que en Inglaterra se llamaría un “parlamento”- envió contra él a Raoul de Reyneval. Este fue el resultado.




“Cuando sir Godfrey de Harcourt, quien era fuerte, atrevido y valiente, oyó que los franceses venían a la ciudad de Coutances, reunió tantos hombres de armas como pudo, arqueros y otros amigos, y afirmó que iría a su encuentro. Abandonó, por lo tanto, St. Sauveur le Vicomte, acompañado por unos setecientos hombres en total.

Ese mismo día también partieron los franceses, y enviaron por delante a varios exploradores para examinar el territorio, los cuales retornaron e informaron a sus señores que habían visto a los navarros. Por otro lado, sir Godfrey había enviado a sus propios exploradores, los que tomaron un camino diferente y examinaron el ejército francés y contaron sus banderas y pendones, y vieron a qué cantidad alcanzaban (en total sumaban trescientas lanzas y quinientos con armadura de hierro). Sir Godfrey, sin embargo, prestó poca atención a esta información: dijo que, dado que veía a sus enemigos, lucharía contra ellos. Inmediatamente ubicó a sus arqueros en frente de sus hombres, y dispuso en orden de batalla a los ingleses y a los navarros.

Cuando lord Raoul de Reyneval percibió que había formado a sus hombres, ordenó a parte de los franceses desmontar, y colocar grandes escudos frente a ellos para protegerse contra las flechas, y que nadie avanzara sin que se le ordenara..

Los arqueros de Sir Godfrey comenzaron a avanzar, tal como se les había ordenado, y a arrojar sus flechas con toda su fuerza. Los franceses, refugiados detrás de sus escudos, les permitieron disparar, ya que este ataque no los perjudicaba en lo más mínimo. Permanecieron tanto tiempo en sus posiciones sin moverse, que los arqueros atacantes gastaron todas sus flechas, no podían abandonar sus arcos y comenzaron a replegarse hacia donde estaba su caballería, que se encontraba ubicada a lo largo de una cerca, con Sir Godfrey al frente, con su bandera desplegada.

Los franceses empezaron entonces a usar sus arcos, y recogían flechas por todas partes, ya que había abundancia de ellas desperdigadas por el terreno, y las usaron contra los ingleses y los hombres de Navarra. Los hombres montados ejecutaron también entonces una vigorosa carga y el combate fue muy duro y severo, cuando entraron en combate cuerpo a cuerpo, y la infantería de Sir Godfrey no pudo mantener las filas, siendo por lo tanto derrotados pronto.


Sir Godfrey, ante esto, se retiró hasta unos viñedos que estaban defendidos por un fuerte cercado, junto con tantos de su gente como pudieron seguirlo. Cuando los franceses vieron esto, todos desmontaron y rodearon el lugar, y consideraron la mejor forma de entrar en él. Lo examinaron por todos sus lados y finalmente hallaron una entrada. Mientras ellos se dirigían hacia ese sitio, Sir Godfrey y sus hombres hicieron los mismo, deteniéndose en el lugar más débil de la cerca.

Tan pronto como los franceses ganaron la entrada, muchos galantes hechos de armas tuvieron lugar, pero caro les costó a los franceses adueñarse por completo de ella. La bandera de Sir Raoul fue la primera en ingresar. Él la siguió y tal hicieron otros caballeros y escuderos. Cuando todos estuvieron dentro del cercado, el combate recomenzó con renovado vigor, y muchos cayeron. El ejército de Sir Godfrey no pudo cumplir con lo que se le ordenó, de acuerdo con la promesa hecha a él, en cambio, la mayor parte huyó, sin poder resistir a los franceses.

Sir Godfrey, viendo esto, declaró que prefería la muerte antes que ser capturado, y tomando un hacha de guerra, se plantó donde estaba, colocó un pie delante del otro, para afirmarse, dado que era rengo de una pierna, aunque sus brazos eran muy fuertes. En esta posición, luchó largo tiempo muy valientemente, como que pocos se atrevían a enfrentar sus golpes; entonces dos franceses, montados en sus caballos, y con sus lanzas en ristre, cargaron contra él al mismo tiempo, derribándolo en tierra: algunos hombres de armas inmediatamente se abalanzaron sobre él con sus espadas, las que clavaron en su cuerpo, dándole muerte en el acto. La mayor parte de sus hombres fueron muertos o tomados prisioneros, y dos que pudieron escapar regresaron a St. Sauveur le Vicomte. Esto sucedió en el invierno de 1356, cerca de Martinmas. [Nov. 11]”


Crónicas de Froissart

Editadas por Steve Muhlberger, Nipissing Universtity





Esta escena, como tantas otras de parecido tenor, coloridas y violentas, que han sido relatadas incontables veces en mil y un relatos a través de los siglos, representa posiblemente una de las imágenes más frecuentemente asociadas en la imaginación común de nuestra cultura a la idea de caballeros y caballería. Las armaduras relucientes, los grandes caballos de guerra, lanzados uno contra otro, guiados por sus valientes jinetes revestidos de acero y vistosamente empenachados, con las lanzas en ristre, sedientas de sangre y de gloria, componen una visión que ha hecho brillar los ojos de más de un joven (y no tanto) por más de quinientos años.
Pero no solamente esas falsas batallas (aunque sangrientas y a menudo mortales) que eran los torneos, sino las auténticas batallas, donde el juego de la guerra servía al juego mayor (y más peligroso) de la política, evocan en nuestra memoria la estampa legendaria y antigua de los caballeros de brillante armadura.









Podemos leer, en una célebre novela de caballería escrita en el siglo XIX, los siguientes fragmentos, que describen un torneo medieval:




“Magnífico era el aspecto que la palestra ofrecía en aquel momento; las galerías estaban ocupadas por las familias más ricas, más nobles y más poderosas, y por las damas más bellas del norte y del centro de Inglaterra. El contraste de las galas de estos ilustres espectadores presentaba un conjunto tan alegre como espléndido. El espacio interior y más bajo, ocupado por labradores ricos y de honrados pueblerinos, que vestían con más sencillez, formaba una especie de guarnición de colores opacos alrededor de aquel círculo brillante, realzando su lucimiento y esplendor.
Los heraldos habían terminado su proclamación con el acostumbrado grito: `¡Largueza, largueza, valientes caballeros!´; y al punto se desprendió de las galerías una lluvia de monedas de oro y plata, porque según los usos de aquellos tiempos, era gala entre los caballeros mostrarse generosos y liberales con aquellos empleados, que al mismo tiempo eran los secretarios y los cronistas del honor.
Esta prodigalidad fue contestada por los heraldos con aclamaciones: `¡Amor a las damas, honor a los generosos, gloria a los valientes!´; a los cuales se unieron los aplausos de la muchedumbre y los ecos de los instrumentos musicales.
Terminado que hubo este ruido, se retiraron los heraldos del palenque en alegre y vistosa procesión, y sólo quedaron en él los maestres de campo armados de punta en blanco y a caballo, inmóviles como estatuas y situados en los puntos extremos de la palestra. Al mismo tiempo, el espacio de la extremidad del norte, aunque ancho, estaba por completo ocupado por los caballeros que deseaban medir sus fuerzas con los mantenedores; y vistos desde las galerías, parecían un mar de ondeantes plumas, refulgentes yelmos, altas lanzas con brillantes pendones, los cuales, impulsados por el viento, unían su trémula agitación a la de los penachos, formando una escena animadísima y lucida.
Las barreras fueron por fin abiertas, y los cinco caballeros a quienes había caído en suerte entraron lentamente en la plaza. Abría la marcha uno, y los demás lo seguían de dos en dos. Todos ellos estaban magníficamente armados (…)”




(Ivanhoe, Walter Scott, capítulo VIII, pág. 77 – 78)





“(…) los campeones hicieron por fin su entrada en la palestra, refrenando a sus briosos caballos, obligándolos a moverse pausada y graciosamente y ostentando así la destreza de los jinetes. Llegado que hubieron al sitio del combate, sonó detrás de las tiendas de los mantenedores una música extraña y del género oriental, puesto que había venido de Tierra Santa, sirviendo al mismo tiempo de bienvenida y de amenaza a los caballeros recién llegados. Las miradas de la multitud estaban fijas en los cinco, los cuales se acercaron a la plataforma en que estaban las tiendas, y separándose allí, cada uno tocó ligeramente y con el cabo de la lanza el escudo del caballero con el cual quería combatir. Los espectadores de clase inferior y aún muchos de los de más alta jerarquía, incluso algunas damas, se disgustaron notablemente al ver que las armas escogidas por los campeones eran las de la cortesía; porque el mismo interés que en nuestra época excitan las muertes y catástrofes que se representan en las tragedias, inspiraban entonces los torneos y justas; y este interés iba en aumento en razón del peligro que corrían los que en ellas tomaban parte.
Una vez demostradas sus pacíficas intenciones, retiráronse los campeones a la extremidad opuesta, donde se formaron en línea; los mantenedores, capitaneados por Brian de Bois-Guilbert, abandonaron sus respectivos pabellones, montados a caballo; bajaron de la plataforma y cada uno se colocó delante del caballero que había tocado su escudo.
Las trompetas y los clarines dieron la señal, y todos partieron a carrera tendida, siendo tal la superior destreza o la buena fortuna de los mantenedores, que los contrarios de Bois-Guilbert, de Malvoisin y de Frente de Buey cayeron al suelo al primer encuentro. El adversario de Grand-Mesnil, en vez de dirigir el golpe al crestón o al broquel de su enemigo, se separó en tales términos de esta dirección que rompió la lanza hiriéndole de refilón el cuerpo de la armadura; circunstancia más deshonrosa que la de caer al suelo desmontado, porque esto podía ser un accidente inevitable, mientras que aquello suponía falta de destreza y de conocimiento del arma y del caballo. Únicamente el quinto logró sostener el honor de su cuadrilla, haciendo frente al caballero de San Juan de Jerusalén, con quien rompió tres lanzas, sin que ni uno ni otro ganase ventaja considerable.
Las aclamaciones de la muchedumbre y las trompetas de los heraldos anunciaron el triunfo de los vencedores y la derrota de los vencidos. Los primeros se retiraron a sus pabellones, y los segundos, levantándose del suelo como pudieron, abandonaron confusos y avergonzados la palestra, y fueron a tratar con los vencedores acerca del rescate de las armas y caballos que, según las leyes del torneo, les correspondían. El quinto fue el que más tardó en abandonar el lugar del combate, del que se retiró después de haber recibido los vítores de los espectadores, para mayor bochorno de sus compañeros. (…)”




(Ivanhoe, Walter Scott, capítulo VIII, pág. 79 – 80)