jueves, 27 de agosto de 2009

En esta breve crónica de un hecho de armas de los tantos que tuvieron lugar en la llamada "Guerra de los Cien Años" entre los reyes de Francia e Inglaterra, no sólo podemos observar las características que adoptaban los enfrentamientos armados en aquellos días, el uso del arco, las tácticas, el rol de los combatientes montados, sino también un atisbo de esa ética tan especial que parece ir unida a la idea de caballería: sir Godfrey de Harcourt, informado por sus exploradores de la posición del enemigo y de su número (importante, para los usos de aquel tiempo), pasa por alto este último dato y declara que, puesto que su adversario ha venido y está avanzando hacia él, lo atacará sin importar qué tan numeroso sea. Luego, se lanza a la batalla y la libra del mejor modo posible, avanzando y retrocediendo, maniobrando y conduciendo a sus hombres con habilidad, no de una manera ciega o impulsiva. La decisión de librar el combate sin que importe la envergadura del oponente, lejos de ser causada por la ineptitud para el comando, sólo expresa, al parecer, la convicción de sir Godfrey de que debe pelear "porque corresponde", no porque el cálculo le indica que puede vencer. Asimismo, una vez derrotado su ejército y con la perspectiva segura de una inminente captura, afirma que prefiere morir antes que ser un prisionero vencido y, rodeado de enemigos, se afirma sobre el suelo y blandiendo el hacha, lucha hasta ser muerto. Luchar porque es lo correcto, no huir ante el enemigo, y preferir la muerte con honor antes que la vida con la derrota, nos muestran que, ciertamente, cuando hablamos de un caballero (de uno auténtico), no estamos hablando de un simple matador profesional. Sin duda hay algo más

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