miércoles, 26 de agosto de 2009

Esta escena, como tantas otras de parecido tenor, coloridas y violentas, que han sido relatadas incontables veces en mil y un relatos a través de los siglos, representa posiblemente una de las imágenes más frecuentemente asociadas en la imaginación común de nuestra cultura a la idea de caballeros y caballería. Las armaduras relucientes, los grandes caballos de guerra, lanzados uno contra otro, guiados por sus valientes jinetes revestidos de acero y vistosamente empenachados, con las lanzas en ristre, sedientas de sangre y de gloria, componen una visión que ha hecho brillar los ojos de más de un joven (y no tanto) por más de quinientos años.
Pero no solamente esas falsas batallas (aunque sangrientas y a menudo mortales) que eran los torneos, sino las auténticas batallas, donde el juego de la guerra servía al juego mayor (y más peligroso) de la política, evocan en nuestra memoria la estampa legendaria y antigua de los caballeros de brillante armadura.






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